martes, 28 de febrero de 2012

VIAJE A CONCEPCIÓN DEL URUGUAY


El sábado nos levantamos a eso de las 7:00 para arrancar con rumbo a Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Allí nos esperarían dos "amigazos que me arrimó el destino" en mi viaje al sur: Alberto, alias "Chule", y su compañera Ofelia, más conocida como "Pelusa". Nos conocimos en el camping del Lago Puelo, en enero. Nos volvimos a conectar por mail, porque nosotros teníamos planeado ir a El Palmar, pero su oferta de ir a una isla a pasar el fin de semana fue más tentadora.
Aquí, la copiloto de la FZ en la estación de servicio, con su equipito de protección. Atrás, otros moteros ruteando en un hermoso día.






 El ya conocido  piloto, con infaltable remera de ALMAFUERTE.



Llegamosa Concepción cerca de las 14:30. De una YPF lo llamamos al Chule, que nos indicó el camino para llegar a su casa frente al río. Allí nos encontramos con él y con Pelusa y nos fuimos los cuatro en su súper Toyota Hilux al lugar donde tiene amarrado su velero. Porque el Chule, señores, es un hombre de tierra y de agua.
Cargamos todo y salimos navegando a motor hacia una isla que queda en la costa uruguaya. Sí, fuimos okupas por dos días de una isla de los hermanos orientales.


El Chule timoneando su velero...


El Chule hidratándose con H2O citrus. De fondo, Pelusa.


Los polizones...







 La isla resultó ser un lugar soñado. Nos bañamos hasta quedar arrugados en sus aguas, que solamente se agitaron a la noche, cuando se levantó viento. Los únicos visitantes no deseados fueron los mosquitos, que atacaron a una hora precisa y se fueron con la misma rapidez con que llegaron.




Hicimos un campamento agreste, pero el Chule y Pelusa llevaron más cosas de las que yo tengo en mi casa. De hecho, estuve más cómodo que en la ciudad.







Flor con un señor canoso que dicen que soy yo...




Esa noche, cerveza mediante, nos fuimos a dormir temprano.
Al día siguiente, Chule y Pelusa debían ir hacia el puerto a buscar a Gaspar -hijo menor del Chule- y a un tal Figueroa, amigo de nuestros anfitriones. Antes de irse, el  Chule me enseñó a manejar el gomón, para acercarlos al velero y recogerlos a la vuelta. Iba impulsado por un motorcito Yamaha, lo cual me hizo sentir una vibración conocida. 
En  la foto parece que ando bien, pero si me largo entre otras embarcaciones sería como jugar a los barquitos chocadores.




Volvieron todos. De fondo, el señor Figueroa, hacedor de un guiso carrero del que comí las papas y las batatas, no así el pollo que tenía. Fue un excelente plato.



Un fogón nocturno...


La Pelusa, cortando un salamín y queso para una picada.


Mateando con el madrugador Figueroa.




El velero del Chule, reposando.



Todos los okupas juntos...


Velero y gomón.


La isla.



Gente que se tiene que ir de la isla  y no quiere.


Figueroa, haciendo que jinetea el gomón. Este sujeto merece un blog aparte, él solo. No puedo relatar todas las cosas graciosas que contó durante el tiempo compartido. Pero debo decir que nos hizo cagar de risa desde que llegó hasta que nos despedimos. Un verdadero criollo...


Como todo, en algún momento concluye... Llegamos a Concepción el lunes, después del mediodía. Navegamos mitad a vela y mitad a motor.
Al llegar, compatimos unas pizzas con el Chule y Pelusa y preparamos a "la burra" para volver.
Acá, despidiéndonos de los amigos, en el garage donde el Chule guarda la "camio" y yo guardé la moto. Mi cara parece la misma en todas las fotos, y es la misma.
Las chicas y yo.


Nuestro gigante amigo el Chule...


Con la pareja amiga...



Flor, matándose de risa junto a Pelusa.


Volvimos en casi poco menos de cuatro horas. Viajamos bien, por la autovía. Volvía mucha gente de disfrutar el fin de semana largo, pero sin enloquecerse. Nos cruzamos algunos motero que salieron también a pasear en dos ruedas por las rutas argentinas. 
En total, casi 600 km de mucho disfrute y compartir.